En 2020, con la pandemia, llegué a la Isla de El Hierro. A la que ha sido siempre la casa familiar de mi marido, La Rayuela. Había estado muchos años abandonada, y requería de una casi completa rehabilitación.

En cuanto hicimos La Rayuela mínimamente habitable, empezaron a llegar los amigos, primero poco a poco, y luego, cuando cesaron las restricciones de movilidad, más asiduamente.

Han sido muchas las tardes que hemos disfrutado, desde entonces, de las puestas de sol, de las copas de vino, de las largas conversaciones, de los estupendos desayunos con fruta recién cogida del árbol, del pan de centeno recién salido del horno, de las lechugas y los tomates llenos de sabor que nos trae Cosetta o de las hortalizas de José, de la ricotta de las cabras de Almudena, de la miel de Guillermo, de los higos de Lourdes, etc. Una larga lista de amigos también, que disfrutan produciendo lo mejor de la isla y que hacen de nuestra vida en la isla un auténtico privilegio.

En cada visita era frecuente que nuestros amigos sugirieran que hiciéramos algo con La Rayuela..., un hotel quizás… La idea no tenía mucha aceptación por mi parte. Porque nunca me han gustado especialmente los hoteles.

Pero un día Isabel, una de nuestras amigas más queridas, sugirió que pensáramos en el tipo de alojamiento al que nos gustaría a nosotros ir. Y este fue el inicio de pensar La Rayuela Suites.

No queríamos mucha gente. Queríamos un sitio con pocas habitaciones, muy espaciosas, donde todos los huéspedes pudiéramos tener mucha privacidad, un lugar donde fuera posible recibir como se hacía antes, con la intención de cuidar y mimar, de compartir esta forma de vida que la Isla de El Hierro nos ofrece.

Así las cosas, entre conversaciones e ideas de unos y otros, fue cobrando forma la idea de La Rayuela Suites, que como en la novela de Julio Cortázar de donde toma su nombre, se puede empezar por cualquier capítulo, y donde la experiencia del huésped es la que crea la propia novela.

 

Katharina Braren